sábado, 30 de enero de 2010

Secuencia

La cadena se soltó desmoronándose sobre la tierra; sangró el oeste bajo la estupefacta mirada del Ciudadano.
Yerré por la casa. Se fagocitaron silencios en tuétanos del aire, cada punto de mi aliento se entrelazó hacia el espacio, los astros parpadeaban rutilando junto a mi pecho o bajaban el cielo hasta mis ojos, la carne se tragaba mi esqueleto desde siempre –los yermos del acero fueron bien pensados.

Yerré por la casa. Encontré las manos de Dios en la Censura; no pude más que imaginar su rostro: era como todas las víboras del desierto apareándose bajo mi pecho, y acaso nuestras manos tendidas hacia el cielo simulaban cada pequeño grano de arena ¡Locura insana! ¡Monstruo en nuestra piel plena! ¡Cómo arrancarte del aire si soy sólo una muerte viajera!

Yerré por casa. Los techos eran más bajos, las paredes más angostas y los corredores más largos. Yerré. La fotografía familiar crepitó de rabia, mis ropas ardían dentro del closet mientras en la pira bullía el llanto de las brujas -un inca descubre la pólvora.

Finalmente, el estilo cambia porque el corazón late de mil modos diferentes.

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