miércoles, 14 de abril de 2010

Bestiario


I)

Mi sombra regenera su suerte
De ser aquelarre de mis heces,
De ser boca que traga mi llanto sudado.
Ya me desprendo de palabras con cornisas,
Ya me abrazo a oxígenos trémulos en un - engaño preciso.
Yo, él
Nosotros, vosotros
Ellos, Yo.
Naceres descartables…
Albores de muerte…
Mi vida entera.

La noche jugará a ser carmesí
Sin olvidar su inmenso miedo.


II)

Negrea un silencio de ligera pesadez
Entre las javas espiraladas de la cúpula;
ya presagio una vida refregándose de locura
La palabra
Muda
Se detiene en su tránsito
Simula aquellos pájaros en ascendidas –oblicuas de plata
A esos pájaros sin canto
Escondidos en las alturas de la cúpula - oscura.

III)

Mi poema se escribe al otro lado de las celosías del silencio,
En las espaldas del aire, espesa y desnuda.
Mi poema es un punto hueco
Vacío
Sin corazón de terciopelo.

Acaso su letra sea un delirio huraño y diminuto
Reverberando en el tráfago de pálidos grises;
Acaso sus palabras sean linfas de un tiempo muriente
que enredan con manos pueriles
Los huérfanos átomos del aire
Acaso su verso sea un ojo de la tarde
Oculto tras mis manos que se añejan
Acaso el poema
Sea mi cuerpo hecho pincel
Abigarrando lívidas peras
En olmos de sangre.
Fue cuando nos extraviamos en tinieblas;

Acogimos al viento negando nuestro llanto

- ¡Oh hermanos! ¡Es Hoy que sigo sus lágrimas!-

Le dimos lugar en nuestros dulces prados

Luego entre nuestros cuerpos tibios y desnudos.

Le dimos un nombre y lo hicimos caricia

¡Miradlo ahora agazapado en el punto ciego
De nuestra gracia!

Super-Nosotros

Entonces, los días se sucedían en el seno de una atmósfera límpida y ligera. El Fruto hubo de soltarse gentilmente, afanándose tal vez, a esos vastos mundos de inocencias sin fin que desvanecían pálidamente con el sol durante el ocaso – toda esa despreocupada y radiante soltura, toda esa cálida y magnética ingravidez. Tal es la caída, y tal es el impacto.
Hubimos de decir adiós a nuestra naturaleza angélica, adiós al ambarino carmesí que velaba nuestra ventura; lentamente, fuimos encarnando una progresiva pesadumbre que dió por convertirnos en hombres taciturnos e ingratos.
Ya la leche materna supo agria y la escupimos en el rostro del Padre, más luego, cautivos de un libertinaje insaciable, salivamos sobre nuestras memorias, nuestros amores, sobre todos los porvenires soñados de manera estúpida y persistente. Todo aquel candor primitivo se sumió a los vértigos de la noche eterna que gustosa abría sus piernas bajo nuestra saliva hedionda, más y más ebria ¡Oh, la vida misma se convirtió en el terreno de un peregrinaje temible! ¡La calumnia y el hastío dieron por condensarse en nuestra sangre como un frío placebo! ¡Pavor y locura destellándose desde nuestras miradas de cóncavas tinieblas! -clamor de clarines, repique de tambores, temblores de guerra.
¡Amigos míos, peces sombríos, mis corteses demonios, proferiremos ahora las dignidades de nuestro sello! ¡Armas arriba! ¡Miembros afuera! Sólo se admiten gentilezas para hembras celestiales, por el resto, una cruz que detestamos le fue asignada ¡Recuérdenselo! -las ninfas y los narcisos se confunden en frígidos bacanales.
¡Que Exploten, que exploten los palacios! ¡Habrán de ser vadeadas aquellas trincheras donde no hay más que peste y cadáver! No se detecta, en el dulce rumor, devolverse nada hacia los ojos abiertos; más de esto sería bien recibido en los comités, las asambleas, las piadocidades pequeñas; luego vendrán nuestras cortes en séquitos bipolares; allí necesitaremos más que buenos discursos, todo es abominablemente oscuro y confuso. ¡Oh, dancen demonios! ¡Sendas moscas copulan sobre las sangres derramadas, y aún las heridas abiertas!
Los vapores ascienden ya oscureciendo el cielo enrarecido; la lluvia habrá de asolar las regiones del oeste y será a través de aquellas anegadas comarcas por donde ingresemos al mundo ¡Cuando el fruto cayó, amigos, gusanos, todo un mundo pútrido se abrió por delante! ¡Nadie volteará la clepsidra que palpita en nuestro pecho! ¡A la carga!

domingo, 21 de febrero de 2010

Person

Sobreponerse. La vida enferma –enferma- en cada una de sus manifestaciones, y aún así, bil, bana o banal, no pierde el encanto -el día es yugo o vicio. ¡Hay un grito encañonado en las sienes por ser arrancado de la carne hacia todos los cielos! ¡Una perla por arrancar del ojo de la tormenta! ¡Oh entereza que nos coronas! -Deberían doblegarse.
Callar. El silencio promete un remanso donde la palabra vino a hacernos cauce desenfrenado, donde el sentido nos des-hace en la orgía de ases de hielo: con el cielo, los estigmas de nuestra bestialidad… afortunadamente expiraron.
Desde siempre –y en la pura virtualidad- me complazco con llamar deseo a cierto hastío famélico de mundo, ciertas anarquías en los valles de la hiedra hacia el volcán de plata. A grandes rasgos, la noche y yo vivimos en celo. Pero por cierto, pareciera que sólo es el odio lo que irriga mis venas, que es allí donde se reúnen las vertientes del metal frío.
¡Oh madre! ¡Callaré mis pecados pero aquí los dejo! No los quiero ver, estoy mudo y ciego de momento.
Sobreponerse sin mentiras. La vida está pegada a la piel -regreso al mundo. ¡Entregarse a los placeres, a las músicas, los amores! Mal presagio: las matemáticas fustigan el suelo bajo nuestros pasos –las grietas, los abismos. Adiós, me largo, se despide otro nigromante, otro de los curadores de la nada –me voy del mundo. Desde aquí la ciencia posee todas las negruras, el amor es el trasero de nuestro desvarío y por eso ya nadie se interesa por la poesía ¡Bendita senda el consumo!
Disiparse por doquier. Errar en el error. Lavar el suelo.
Se bate aún la tormenta sobre el bosque de altísimos fresnos del último boulevard que se prolonga hasta las vías del ferrocarril; el cielo se ha trabado en metal impenetrable. Pronto cesará. Ya imagino el himno de los pájaros, las frondosas copas reverdeciendo en mil vigorosos matices que contrastan con la grisalla de la cúpula y se confunden otra vez en una inmensa coraza de sombra cuando cae la noche. Las alimañas supuran su júbilo, vibran y se estremecen, se rozan, lúbricas, decrecen y se alargan, precipitan vértigos desde sus últimos vástagos hasta la más profunda de sus raíces. Saben de nuevos pozos de lluvia, y así es como vivirán por hoy, en su hospicio.

domingo, 31 de enero de 2010

Azar fatal es marcharse y dejar un jirón de si:
Desperezar en lo oscuro
puede ahorcar con la memoria,
Recoger los hilos de una huella tibia
es jugar a morir entre las sábanas,
Atravezar los bardales incrustados
bajo el pecho),
trepidante de anhelos y besos perdidos,
y sólo dejarse caer de aquellas alturas,
es volver a ser niño
para amar como suicida.

Un espectro perfumado de sombra
resto de tu sexo hágrafo y mudo
crepita dentro de mi cuerpo:
canción de un eco ausente
afanarse de aire extraviada
dichosa por ser carne
ceniza
o viento de tu nombre.

sábado, 30 de enero de 2010

Secuencia

La cadena se soltó desmoronándose sobre la tierra; sangró el oeste bajo la estupefacta mirada del Ciudadano.
Yerré por la casa. Se fagocitaron silencios en tuétanos del aire, cada punto de mi aliento se entrelazó hacia el espacio, los astros parpadeaban rutilando junto a mi pecho o bajaban el cielo hasta mis ojos, la carne se tragaba mi esqueleto desde siempre –los yermos del acero fueron bien pensados.

Yerré por la casa. Encontré las manos de Dios en la Censura; no pude más que imaginar su rostro: era como todas las víboras del desierto apareándose bajo mi pecho, y acaso nuestras manos tendidas hacia el cielo simulaban cada pequeño grano de arena ¡Locura insana! ¡Monstruo en nuestra piel plena! ¡Cómo arrancarte del aire si soy sólo una muerte viajera!

Yerré por casa. Los techos eran más bajos, las paredes más angostas y los corredores más largos. Yerré. La fotografía familiar crepitó de rabia, mis ropas ardían dentro del closet mientras en la pira bullía el llanto de las brujas -un inca descubre la pólvora.

Finalmente, el estilo cambia porque el corazón late de mil modos diferentes.

Secuencia II


Pincharon el mar por abajo. Ahora todo,¡todo!, el infante, el sonido, el color, el grito, la deshora, la máquina, ¡todo!, todo es abducido por su propia sinrazón, todo se marchita en una combustión de formas bastardas desapareciendo en bocas imaginarias, todo se traga por abismos irreales en una implosión de vientos; y en la nada misma, todo se procesa, se filtra y se reencuentra en un hilo de granito semistransparente que traduce en una línea viperina una extensión de sí: un bals espiralado y un saltito que marca el final “?”. La figura vibra en espasmos bajo mi vista mofándose de mi insignificancia, y yo, se lo permito porque la considero perfecta (y estúpida), porque para mí, Dios no es un titán de barbas blancas, y porque el panteísmo es cosa que aún no logro entender.

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